Todavía hoy, se cometen muchos errores de comunicación por confundir cautela por silencio y prudencia por hermetismo. Hace mucho tiempo que el silencio dejó de ser rentable en todas sus variantes
Uno de los principios clásicos de la comunicación advierte que “si tu no dices lo que eres, otros lo dirán por ti”. Es, en efecto, una advertencia porque lleva implícita una consecuencia negativa por omisión o imprevisión.
Si citamos buscando solvencia, ahí está Cicerón -que, posiblemente, sabía de reputación más que nadie en la Roma que le tocó vivir- con su sentencia sobre la verdad y la mentira: “como nada es más hermoso que conocer la verdad, nada es más vergonzoso que aprobar la mentira y tomarla por verdad”.
Puestos en los clásicos es una cuestión de contrarios, como entendía Heráclito. Para el filósofo griego, el origen de Todo estaba en la pura antítesis. Es decir, también es muy poco rentable hablar mucho sin decir nada. La práctica del silencio “activo”.
Daño reputacional
En todo caso, viene esta reflexión al enquistamiento manifiesto del conflicto independentista y la necesidad perentoria de que seamos realmente conscientes del daño reputacional que está sufriendo este país.
Desde el punto de vista de la comunicación institucional, que es a la que me estoy refiriendo, es un asunto complejo y difícil pero imprescindible de abordar. Mantener una postura cómoda bajo el manto del relativismo no ha sido una solución, aunque pareciese la mejor de las peores soluciones. Ha sido, sencillamente, un error de comunicación.
“Francoland”
En octubre pasado, Antonio Muñoz Molina, uno de nuestros grandes escritores andaluces, publicó un brillante artículo en la revista Babelia titulado “Francoland” en el que describía como el independentismo había dado una vuelta de tuerca a la mala imagen de España en el exterior gracias a su incansable trabajo de comunicación.
“Una parte grande de la opinión cultivada, en Europa y América, y más aún de las élites universitarias y periodísticas, prefiere mantener una visión sombría de España, un apego perezoso a los peores estereotipos, en especial el de la herencia de la dictadura, o el de la propensión taurina a la guerra civil y al derramamiento de sangre”.
Democracia homologable
Como dijo Borrell a finales de julio tras la interpelación de un diputado independentista, la situación de España es absolutamente “homologable en materia política, económica y social a los países de nuestro entorno”.
Para ello, esgrimió una quincena de índices, desde el Democracy Index de The Economist, pasando por el de Freedom House, que puntúa a la democracia española con 94 puntos sobre 100, los mismos puntos que Alemania y el Reino Unido y cinco puntos sobre Italia y cuatro sobre Francia, para recordarlo.
Y es que es muy sencillo: si tu no dices lo que eres, otros lo dirán por ti. Desde el principio de los tiempos y más en esta situación enquistada de final incierto.
Muy interesante tu artículo, enhorabuena.
Muchas gracias María!