Gestión de la ReputaciónTecnología y Desarrollo

Reputación, confianza y confusión

21 Mar 2018

Todo lo que está sucediendo hoy, 21 de marzo de 2018, en relación a Facebook -como red social y gigante tecnológico-; el big data y la inteligencia artificial -las herramientas como tales- y la ética -más bien, la falta de ética como ausencia de escrúpulos individuales- es la crónica de una noticia muchas veces escuchada por lo advertida, cuando no por lo publicada. 

El fraude y la manipulación de datos públicos, o disponibles, para dirigir la voluntad política de los votantes – o de los consumidores del caudal infinito de información circulante– no es algo para escandalizarse. No seamos ingenuos o directamente cínicos.

Lo que ha sucedido por la acción de un black spin doctor como Steve Bannon y sus amigos de Cambridge Analityca y por la omisión -deliberada o ¿no?- de Facebook es una celda más en el excel de la falta de valores y de educación (conocimiento y sentido común), típico de los escándalos digitales.

Y sí, es cuestión de opinar porque, uno: como muy bien narra aquí el titular de Estadística de CUNEF, Juan Manuel López Zafra, las raíces de esta historia se hunden en una década de inmersión tecnológica en investigaciones sociológicas y campañas electorales. Un relato clasificable en la economía del comportamiento que comenzó un par de legislaturas antes de la victoria de Trump.

Dos, porque el caso es típico de la llamada también economía de la reputación, uno de los objetivos fundamentales -si no el que más- de cualquier estrategia de comunicación hoy día. Como suelo insistir, junto a muchos más profesionales y mejores especialistas, la reputación (la buena reputación) es fundamental.

Sin embargo, no se valora suficientemente la condición necesaria y previa llamada credibilidad. Se puede tener mejor o peor reputación, pero la credibilidad se tiene o no se tiene. En cualquier caso, también resulta de enorme interés este post de Enrique Dans, profesor de IE Business School (entre otras cosas más) sobre el asunto y su relación con la educación.

Y tres, ¿por qué no hablamos -mejor y finalmente- de economía de la confianza? Porque, en realidad, todo esto desemboca, una vez más, en la inmensa e intensa desconfianza social frente a la tecnología y los usos que gobiernos, instituciones (de todo tipo) y especialmente los propios actores tecnológicos, hacen de ella.

Me quedo aquí con un artículo de Borja Adsuara, abogado y experto en comunicación digital y su reflexión, contundente sobre este asunto: “con los años aprendes que, en realidad, solo hay un negocio: el de la confianza. Es la esencia de cualquier trato comercial, tanto presencial como digital. Como también lo es de otras facetas de la vida social: pareja, familia, amistad, política, religión…”

Cuestión de confianza

En efecto, es cuestión de confianza. De confianza en quienes usan la tecnología con la ética indispensable y de confianza en quienes tienen el deber de informar con la imprescindible deontología profesional, los periodistas en los medios. Pero, unos, gobiernos, instituciones y corporaciones, y otros, intermediarios y garantes del derecho a la información veraz y rigurosa de los ciudadanos, solo pueden tenerla si la demuestran.

En esta economía de la confusión, ya me permito yo la licencia, la confianza se va convirtiendo en un bien cada vez más escaso y, por tanto, preciado. Urge pues recuperarla -por muchos- por el “bien común”.

Para nosotros, los dircoms, este artículo de Chema Alonso, Chief Data Officer de Telefónica, publicado en el Anuario Dircom 2017, resulta tremendamente oportuno. Desde el lado ético y legítimo de nuestro oficio…

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