Led Zeppelin. Apenas quedan cosas que decir sobre una de las bandas más influyentes de todos los tiempos. Me refiero a juicios de valor, a opiniones. Si se trata de hechos, e interesantes por descontado, se guardarán muchos de ellos mientras sigan con vida. Ya veremos después. Porque, en septiembre, se cumplen 50 años de su nacimiento.
Descubriendo Zeppelin
Circulan por las redes vídeos de niños a los que les ponen música rock con auriculares y, presumiblemente, a toda pastilla. Como era de esperar, sus reacciones van desde la sorpresa hasta el rechazo, pasando por el entusiasmo. Con Zep, los gestos se acentúan hasta la mueca más extrema, lenguaje no verbal solo al alcance de ellos. Porque, es que prácticamente todos conocen a la banda, lo cual dice mucho de sus padres. No todo está perdido, pues.
Confieso que Zep me impactó instantáneamente al escucharlos por primera vez. Tenía apenas 12 años y estaba en una de esas fiestas de fin de año a la que te llevaban tus padres y otros matrimonios con hijos de edad similar a una casa grande en el campo. Eran los tiempos dorados de la fiebre “disco” a la española, cuando la vieja TVE programaba su especial a base de Boney M, Baccara y cosas así. Mientras, los “nenes”, dábamos vueltas medio aburridos hasta que los mayores se iban cansando y buscaban asiento cómodo entrada la madrugada.
En esos momentos de agotamiento, alguien cambió el registro de la música en el viejo tocadiscos. Tras la pausa de aguja sucia, sonó una especie de risa súbita que dio paso inmediato a una guitarra increíble, potente y motivadora. Unos compases después, a una voz totalmente distinta a las que había escuchado hasta entonces; poco más adelante una batería martilleante arrancaba en un ritmo desconocido y extraordinario. Era Whole Lotta Love
Me acerqué nervioso al responsable del cambio y le pregunté “quienes eran”. Divertido, el joven que estaría rondando la mayoría de edad, sonrió y me alargó la cubierta de un disco en la que aparecían unos aviadores con gorras y otros con el pelo largo. Arriba a la derecha Led Zeppelin II. Fue amor a primera nota.
Dos momentos y un universo fascinante
Recién cumplidos los 15 y cuando el primer año de instituto, subí a recoger a un amigo a su casa. Abrió la puerta y pasé al salón mientras se vestía. Sus padres no estaban. Sentado frente al equipo de música, me levanté a curiosear y encontré un disco cubierto de papel marrón como si fuese un paquete de correos. En la esquina superior izquierda, a la manera de un sello de franqueo, Led Zeppelin, In through the outdoor. Cuando volvió, le enseñé entusiasmado el descubrimiento.
También sonrió y puso una canción que comenzaba con unos violines para abrirse con un ritmo hipnótico y una melodía quebradiza y cautivadora. Al acabar, me dijo que parecía a punto de llorar. Sí, pensé, sintiendo una honda, lejana e inexplicable emoción. Era All my Love.
Poco después, a punto de los 17 y después de haberme convertido en un fan indesmayable de la saga Purple, redescubrí la misma excitante sensación. Una tarde de verano, pegajosa y sofocante, en casa de un amigo, bajo el aire acondicionado, y con una cerveza a temperatura discutible, sonó un doble album. Era Physical Graffiti.
Me vine arriba con The Rover. Volvió a hipnotizarme esa voz capaz de perderse en registros imposibles. Y me dejé llevar a través de un universo fascinante hasta que llegué a un planeta lejano, “sentado con los ancianos de una raza superior -por humanamente evolucionada- que este mundo apenas ha visto“. Era Kashmir. Uno de los trayectos musicales más lisérgicos y liberadores de la historia del rock. Posiblemente, una de las canciones con la mejor voz que he escuchado nunca.
Favoritas y “de verdad”
Sí, hasta entonces, tenía a la enorme Starway to Heaven entre mis favoritas, y con ella a todo Led Zeppelin IV, un disco sin brechas, huecos o treguas. Pero apenas había pasado de tres discos y medio, incluyendo Led Zeppelin I. Y, sinceramente, los Rainbow de Ritchie Blackmore y los recién descubiertos Whitesnake de David Coverdale centraban toda mi atención cuando tocaba escuchar “rock de verdad“.
Tengo que reconocerlo: aquella tarde de verano llevó a Zep a mi olimpo musical para siempre jamás. Y, 40 años después sigo necesitando escucharlos. No es mi intención dejar una selección de sus diez mejores canciones o un repaso exhaustivo por su discografía, todos sus trabajos son favoritos en mayor o menor medida por el conjunto, sus canciones concretas o las interpretaciones. Unos más que otros, pero todos merecen la pena. Desde los inicios rompedores y desafiantes, con el blues omnipresente, hasta el final, lleno de madurez interpretativa y belleza olvidada. Desde aquella primera Good times, bad times hasta la última I,m gonna crawl. 12 años épicos y fulgurantes.
Después del fin
La verdad es que la banda como tal acabó su vida cuando hizo lo propio con la suya John Bonham, de cuya muerte se cumplirán 38 años a la vez que este 50 aniversario. Se mató porqué no creía realmente que pudiera llegar a hacerlo. Suponía que podría beber cuanto quisiera. No aguantó una borrachera (más) descomunal.
Luego, todo fue diferente.
Jimmy Page dio tumbos sobre proyectos fallidos o no puestos en su verdadero valor, prescindible su trabajo con Paul Rodgers, excepcional con David Coverdale (aunque se traicionase a sí mismo pretendiendo emular a Plant); Robert inició una carrera en solitario arriesgada por lo irregular y finalmente admirable. John Paul Jones se alejó de los focos por su amor a la producción sin que Page y Plant, reunidos del 93 al 98 y luego en 2001 contaran con él.
Y eso que lo intentaron a principios de 1986, con Tony Thompson de Chic a la batería, un intento de arreglar el desastre de la primera reunión del Live Aid en 1985. Una actuación lamentable que casi repitieron en el 88 cuando el Ahmet Ertegun los reunió para celebrar el 40 aniversario de Atlantic. En ambas, con Phil Collins a la batería.
Ya lo he dicho antes, tengo debilidad por Plant, cuyos discos se mueven entre lo sublime y lo tedioso y que cumple 70 años girando con un nuevo trabajo, Carry Fire, bastante aceptable. Y la tengo porque ha demostrado con creces que es un autor de amplia mirada, muy por encima del resto de su generación, incapaces a menudo de abrirse a otros registros vocales que no sean el mismo hard de siempre. Por si fuera poco, no hay que olvidar que cumplió con enorme dignidad artística y vocal la reunión del O2 de 2007, la única oficial de Zep desde 1980 y acompañados de Jason Bonham.
Hoy sería muy difícil un vuelo del dirigible de plomo. Lo saben todos y el escaso -o sorprendentemente no conocido- nuevo material junto a la historia fotográfica que sí que van a contar, tiene todo el aspecto de epílogo definitivo de la banda. A pesar de todo, puede que toquen unas canciones juntos, “descorcharemos champan”, ha dicho Plant. Y estaría bien cerrar los ojos escuchándolos, pero la imagen será de tiempos ya lejanos. Los primeros, de hace 50 años.